12 de diciembre de 2016

La Guadalupana

Me despiertan los ahogados golpes en el cielo, música y cuchicheos lejanos. Entre ladridos y los trinos matinales voy abriendo los ojos y recuerdo qué día es; es el día de La Guadalupana y el pueblo entero se alista para adorarla.
12 de diciembre del 2016, me encuentro en la tierra donde crecí, un pequeño pueblo llamado Guadalupe. A última hora decido bajar junto a mi madre al centro de la comunidad en donde se llevará a cabo el tradicional ritual de cada año, la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Me nace el morbo, no puedo evitar la curiosidad de ir después de no haberlo hecho desde que era un niño, en ese entonces era obligación asistir además de participar en la ceremonia para la Virgen, a cambio se nos recompensaba, a mis hermanos y a mí, con un incentivo económico con el cual podíamos pasearnos por la feria; era simple, sin ritual no había fiesta. Claro que era una ideología impuesta así que esta vez quiero apreciar la experiencia desde una nueva perspectiva.
Es medio día y el sol brilla con toda su intensidad, la gente no deja de brotar al igual que los autos. No alcanzo a mirar todo ya que hay mucho por ver pero enseguida noto símbolos por doquier. Las abuelas con faldas coloridas son apresuradas por sus nietos, hay sombreros arriba y abajo, comida, flores, cuetes, el pulque y sus amantes contagian su alegría un tanto fétida y yo maravillado quisiera ser un niño y correr por todos lados.
Llegamos justo a tiempo a la explanada de la iglesia en donde está empezando la misa, hace ya tiempo que me volví creyente sin religión así que me es emocionante escuchar lo que el sacerdote dice, sé que no estaré de acuerdo en muchas cosas pero también sé que puedo aprenderle bastante. Cada uno acepta la realidad que le conviene; las mismas palabras se digieren de manera diferente en cada mente, así que mi labor es traducir lo que escucho a una enseñanza útil, lo que no sirva que siga su curso pues no hay tiempo de engancharse en conceptos perecederos.
Así pues el sermón, los cantos y oraciones se centran en la Virgen María, me es inevitable pensar en todas las Marías que conozco y en el desayuno de esta mañana que curiosamente fue un suculento atole de galletas Marías.
Entre los asistentes hay peregrinos, ciclistas, muchas familias; veo los rostros, sus rostros de fe. Como bien se dice «la fe mueve montañas». La fe existe, está presente; pienso en la fe que es como el motor del vehículo pero muchos entregan el volante a ideologías caducas y se dejan guiar externamente, desvalorizados y sin poder de acción cuando lo mejor sería ser guiados por la voluntad suprema que vive dentro de cada uno. La montaña es lo que creemos saber, son todas las ideas arraigadas con las que hemos crecido y la fe es capaz de derrocarla para dejar que el sol se asome y alumbre el despertar; es ir más allá para estar más acá.
El sacerdote hace bellas reflexiones acerca de la feminidad aludiendo a la Virgen María y hace otros comentarios no tan atinados como el de reprimir la sexualidad femenina, la mayoría de las mujeres que están presentes se ruboriza y ríen tímidamente, cualquiera puede darse cuenta de la culpabilidad que expresan sus gestos al creer que no son “puras”.
La música de la ceremonia está amenizada por el grupo musical de Los Faraones al cual pertenece mi padre y sus hermanos, es un conjunto muy noble y sincero que a pesar de estar retirado de los escenarios sigue tocando los corazones de muchas personas de la región que todavía escucha su música, yo me incluyo y durante la misa siento como en un par de ocasiones la piel se me ha enchinado al escucharlos.
Retomando a María quisiera decir que es un arquetipo ejemplar de receptividad, considero importante aprender de ella desde un punto de vista exento de toda religión. La virginidad y santidad de María no se refiere para nada al tema sexual, más bien prefiero verlo como un estado de conciencia elevada en el que se ha desprendido de toda duda, de toda identificación, con la mente y corazón abierto, que se ha vaciado para poder recibir el mensaje divino y compartirlo. Se entrega y confía, cumple con su propósito sin dudar. Debe de ser una sensación de paz y fortaleza inigualable.
Creo que ahí está la enseñanza, en trabajar con la mente y el corazón para elevar nuestro nivel de conciencia y poder atender el mensaje del Dios que nos habita. Tenemos la responsabilidad de mejorarnos y de hacer lo que María, de engendrar la luz con la que hemos sido enviados.
Termina la ceremonia, fue mejor de lo que esperaba, aprendí y disfruté bastante, tengo muchas ideas aún por aterrizar y mucho por recapitular. Me quedo con el sabor nostálgico de un pueblo noble y alegre. También tengo esta sensación de tener la responsabilidad de romper varios tabúes; hay mucho por mejorar y mucho de lo que hay que aún no hemos comprendido.
Todos se abarrotan con sus imágenes y figuras de la Virgen para recibir el agua bendita que lanza el sacerdote desde las alturas y después comienzan salir para disfrutar de la feria. Los cuetes no cesan, la fiesta apenas empieza, sin embargo sólo quiero regresar a casa y vaciar todo lo que tengo en la cabeza.

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